Añoro el Torneo Internacional de Navidad del Real Madrid

Es posible que a muchos jóvenes le suene a “chino” y que a muchos “mayorcitos” nos recorra un escalofrío al oírlo. Y por eso creo que es de justicia hacer honores al Torneo Internacional de Navidad que inventó Raimundo Saporta, a principios de 1966 con el apoyo de la FIBA y con el objetivo de aportar ingresos económicos a una sección de baloncesto que veía peligrar su futuro dentro del Real Madrid. Este “visionario” supo reflotar económicamente la sección gracias a los derechos adquiridos por la retransmisión televisiva del torneo.

Pongámonos en antecedentes. Temporada 1965-66. En fútbol el “equipo ye-ýe” de Pirri, Amancio, Velázquez y Gento, entre otros, iba a conquistar su sexta Copa de Europa. En baloncesto, los Sevillano, Emiliano, Lolo Sáinz, Burguess y Luyk, entre otros, venían de hacer triplete la temporada anterior. En España no tenían rival. Únicamente el Picadero y el Joventut le seguía el paso a duras penas a este Real Madrid que repetiría doblete en España. Es decir, competición doméstica poco llamativa. Añadamos que el único canal de televisión existente (en 1966 nacería precisamente el segundo –el “UHF”, actualmente “La 2”-) apenas se hacía eco del baloncesto.

Pues en este contexto, el “visionario” Raimundo Saporta dio otro fuerte empujón al baloncesto español de la mano del Real Madrid.

Consiguió organizar un Torneo Internacional que permitió ver en acción en España a los mejores equipos, Selecciones y jugadores del baloncesto mundial, que se reunían durante tres días, cada Navidad,  en el Pabellón de Deportes de la Ciudad Deportiva del Real Madrid. Y este evento lo podían ver miles de familias a través de su televisor en “prime time” los días de Nochebuena y Navidad de los años sesenta y sesenta, donde la oferta de ocio era muy distinta a la actual, donde la reunión familiar prevalecía sobre todo lo demás, donde la televisión (con su, repito, único canal) era el nexo de unión familiar al no existir móviles, ni pc´s, ni internet, ni casi teléfono fijo…

Gracias a este “visionario” el mejor baloncesto llegó a los hogares españoles y fue conociéndose poco a poco, con las narraciones del inolvidable Héctor Quiroga.

Un Torneo por el que pasaron en los sesenta y setenta las mejores universidades de USA, los mejores equipos sudamericanos y los más habituales equipos europeos. Tuvimos la fortuna de ver dos Navidades a la Universidad de North Carolina, con su coach George Karl y un gran y joven Bob Mc Adoo que nos dejaban con los “ojos abiertos” al ver cómo hacían cambios continuos, cambios “a la americana” del quinteto completo, con esos pantalones de chándal que se quitaban los jugadores de un tirón porque tenían corchetes… Nos ofrecieron dos duelos intensos e inolvidables con el Real Madrid (cada uno ganó uno) Y otras Navidades nos visitó la Universidad de Tenesse, con otro joven Bernard King, que nos deleitó con su clase y técnica. Eran fieles a la cita equipos brasileños como Corinthians o Palmeiras y argentinos como Gimnasia y Esgrima u Obras Sanitarias. O Selecciones como Uruguay, Puerto Rico, Cuba, Australia… Lo mejor de lo mejor fuera de la desconocida por entonces en España NBA.

Y en los años ochenta la cita era con las mejores Selecciones europeas: URSS, Yugoeslavia o Grecia. Aquél joven Sabonis destrozando un tablero con sus mates, rodeado de Tkachenko, Valters, Eremin, Tijonenko, Volkov, Maiciulionis… O aquél Drazen Petrovic, acompañado de su hermano Alexander, Divac, Vrankovic, Radja, Kukoc… En esta década en la que el Real Madrid contaba con Fernando Martín se apostó por traer lo mejor de lo mejor. Ya no bastaba con los mejores equipos europeos, no era suficiente. Tuvimos la suerte de disfrutar de las mejores Selecciones.

Después el Torneo fue decayendo. Y lo fue porque el “visionario” Raimundo Saporta había conseguido su objetivo. El baloncesto, el buen baloncesto, ya estaba instalado en España. Ya no era exclusivo de la Navidad.

Siempre estaré agradecido a mi padre por llevarme al viejo Pabellón de la Ciudad Deportiva a ver mi primer partido en directo, precisamente en el Torneo Internacional de Navidad de 1968. Me impresionó el color de aquél inolvidable Pabellón (estaba acostumbrado a verlo en “blanco y negro” por televisión), su cubierta de plano tubular, sus canastas colgadas del techo, sus originales marcadores electrónicos, su inconfundible parquet. Pude ver muy de cerca a mis ídolos Cabrera, Brabender, Luyk o Emiliano, Pude ver vencer al Real Madrid frente a la Selección de Uruguay, el Merlaco Manila y el Picadero. Todo me parecía mágico. Desde entonces fui fiel a la cita navideña. Desde entonces amo este maravilloso deporte.

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