Jaime Fernández, la última víctima de la cosificación del deportista

Adiós, Jaime. Adiós, capitán. Adiós a uno de los últimos resquicios de la cantera estudiantil que aún vestía la camiseta del primer equipo. Adiós.

Hace un par de días, Morabanc Andorra anunciaba el fichaje de Jaime Fernández, poniendo fin así a uno de los culebrones más candentes del verano. Volver a relatar los detalles del traspaso y la polémica que lo ha rodeado en todo momento se antoja tan inútil como innecesario a estas alturas. El tema que hoy nos concierne es algo más complicado -o quizás más simple, como quieran verlo.

A través de las mismas redes sociales que han servido para echarle leña al fuego a lo largo del verano con cruces de comunicaciones, todo sea dicho, impersonales, Jaime Fernández se despedía del que -y esto nadie puede ponerlo en duda- ha sido el club de su vida. El ya excapitán dedicaba palabras cargadas de cariño a compañeros, trabajadores y aficionados del club, y la respuesta obtenida ha sido, cuanto menos, sorprendente. Lo que deberían haber sido palabras de agradecimiento y buenos deseos se han tornado en reproches, todo sea dicho, de nuevo, absolutamente fuera de lugar.

En primer lugar, es evidente que pocos parecen darse cuenta de que Jaime -al igual que todos los demás-, además de ser ídolo y símbolo, es un profesional. Un profesional cuyo tiempo en activo es bastante inferior al que le corresponde a cualquier otro trabajador. Un profesional que, además, se ha ganado cada una de las letras de esa palabra.

Jaime vio al barco hundirse y jamás tomó la decisión de bajarse. Durante su etapa en el primer equipo, sufrió en sus propias carnes -¡y en dos ocasiones!- lo que implica descender y, pese a todo, jamás se bajó del barco. Jaime creyó e hizo creer en la posibilidad de recuperar la esencia de un club que llegó a vagar a la deriva. Jaime, muchas veces en un segundo plano a la sombra de los “metepuntos” y con menos minutos de los que le correspondían, no se bajó del barco.

Dicho todo esto, es de necios no comprender que todo jugador profesional, siempre que tenga la oportunidad de ello, necesita, debe y tiene que dar un paso adelante en su carrera. Y, a eso, no hay que ponerle trabas. Aquellos que deciden criticar una y otra vez las “formas”, quizás deban pedirle cuentas a aquellos que hacen del derecho de tanteo una vía para ensuciar las despedidas. Es loable que los equipos “pequeños” deseen sacar rentabilidad económica de determinadas operaciones, siempre y cuando ello no suponga impedir que el jugador pueda decidir por sí mismo qué camiseta vestirá en el futuro. El jugador nunca es el enemigo. No es más que un profesional que se ha dejado -en la mayoría de las ocasiones- la piel por el equipo y al que se puede poco más que dar las gracias. Y, en este caso, con muchos más motivos aún.

Quizás todo ello debería llevarnos a pensar en las condiciones bajo las que se ha de invocar el derecho de tanteo que tanto dolor de cabeza nos está dando este verano, pero, ante todo, nos debe ayudar a pensar si, todos nosotros, no decidiríamos avanzar en nuestras respectivas carreras profesionales si de ello tuviéramos oportunidad.

Por mi parte -y seguro que por la de muchos más-, como amante del baloncesto, Jaime,  allá donde vayas, sigue haciéndonos disfrutar.

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