«Yo jugué con este tío». Así jugaba Granger Hall ¿El mejor americano de la ACB?

Foto: Miguel Ángel Forniés

Foto: Miguel Ángel Forniés

En el día que Granger Hall cumple 60 años, algunos de los que estuvieron cerca de él nos descubren las claves de su éxito.

El pívot norteamericano es uno de esos jugadores que han dejado huella en España, especialmente en Huesca. Actualmente es el segundo máximo reboteador histórico de la ACB, solo superado por Felipe Reyes, y el sexto máximo anotador de la competición. ¿El mejor americano que ha jugado en la ACB? Juzguen ustedes mismos.

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Después de su paso por la Universidad de Temple, Granger Hall desarrolló la práctica totalidad de su carrera profesional en diferentes clubes de la ACB. Fórum Filatélico, Magia de Huesca, TDK Manresa, Caja San Fernando, Baloncesto Salamanca y Ciudad de Huelva fueron los equipos que disfrutaron del baloncesto de uno de los mejores extranjeros que han jugado en nuestro país.

Con poco más de dos metros de altura, 2,03 para ser exactos, este pívot nacido en Newark (New Jersey) se ha convertido en uno de los históricos de la máxima competición española tras superar las barreras de los 2500 rebotes, los 6000 puntos y los 12000 minutos disputados. Es el segundo máximo reboteador histórico de la ACB con más de 4000 rebotes y casi 10 rebotes por partido, y el sexto máximo anotador con más de 8000 puntos y 18,6 puntos por partido. Su valoración media, a lo largo de las trece temporadas que ha permanecido en nuestra liga, es de 21,8, una auténtica barbaridad, con partidos para el recuerdo como el que disputó en Huesca en 1991 contra el Caja San Fernando, donde se fue hasta los 60 de valoración, con 34 puntos, 19 rebotes, 3 asistencias y 3 balones robados. Sin duda, unas estratosféricas estadísticas al alcance de muy pocos. Además, siempre será recordado por los más nostálgicos de la canasta por su ritual y peculiar forma de lanzar los tiros libres, ¿recuerdas? ¡Uno, dos, tres!, y también por haber formado en Huesca junto a Brian Jackson una de los mejores parejas de extranjeros que han jugado en las canchas españolas.

Granger Hall era un jugador único e irrepetible, tenía algo que enganchaba. En mi opinión, es uno de los jugadores más carismáticos que han jugado en España, o lo que es lo mismo, es de esos jugadores cuya figura trasciende lo meramente deportivo. Para muchos, cualquier circunstancia vivida junto a él se ha convertido en un recuerdo para conservar en la memoria. Por este motivo, he intentado descubrir las claves de su éxito por medio de las voces de los que en algún momento estuvieron cerca de él. Para la ocasión, contamos con los testimonios de Pepe Alonso, base del Fórum Filatélico de Valladolid, el primer equipo de Hall en España, y de Iván Pardo, base del mítico Magia de Huesca, ciudad donde nuestro protagonista sigue siendo un auténtico ídolo. Por último, tenemos el testimonio de José Perié (Hombre Revenido en Twitter), aficionado oscense. Muchas gracias a los tres.

PEPE ALONSO.

Recuerdo que debutó en Barcelona, creo contra el Barça. Llegó directamente de Estados Unidos a Barcelona, se fue al pabellón y se puso la camiseta. Perdimos, pero le metió 30 puntos al Barcelona. A veces se habla de la adaptación de los americanos al llegar a nuestro país, pero no todos la necesitan. Era muy reboteador y muy anotador. Tenía una forma de jugar que parecía un poco como que no se esforzaba, pero estaba siempre ahí, era como un martillo pilón. No era excesivamente alto, pero se colocaba muy bien y se llevaba siempre un montón de rebotes. Era muy fuerte. Tenía buen salto y mucho instinto para el rebote. Era un gran reboteador. Pero además, era un gran anotador. Tenía un tirito corto muy bueno. Recuerdo que cuando cogía el rebote en ataque se daba la vuelta y tiraba. Esos tiros cortitos hacían mucho daño. Sacaba el balón desde muy arriba. Era un jugador muy completo. A mí me gustaba mucho. Formó una pareja muy buena con Singleton en Valladolid.

El famoso uno, dos, tres en los tiros libres ya lo hacía en Valladolid y todo el público lo cantaba. Era muy seguro también tirando los tiros libres. Forzaba muchos en todos los partidos. Era muy peleón. Daba mucha guerra siempre.

En lo personal, era muy tranquilo, nada polémico y muy buen compañero. Yo tengo buen recuerdo de él. No lo he vuelto a ver desde que dejó de jugar. Era un tío muy majo. Era muy fácil convivir con él.

Granger Hall e Iván Pardo, Foto: Miguel Ángel Forniés

IVÁN PARDO.

Cuando llegué a Huesca, en el año 90, Granger todavía no estaba, era de los que se hacía de rogar. Sabía que era muy querido allí. A Granger no le gustaban mucho las pretemporadas, por así decirlo. Estuve dos o tres años con él, y tuve el privilegio de jugar, en mi opinión, con la mejor pareja de extranjeros de la liga ACB de aquella época, Brian Jackson y Granger Hall, eran buenísimos. Mi trabajo como base del equipo era muy fácil, bajar la pelota, dársela a Brian, tiraba, y si fallaba, venía el otro por detrás, cogía el rebote y la metía para abajo, no había más. El otro base del equipo era David Solé.

A veces, Granger y Brian discutían en el vestuario, y lo curioso es que lo hacían en castellano. A mí me chocó mucho ver discutir a dos americanos en castellano en el vestuario o en la pista. Hablaban en castellano entre ellos. Estaban totalmente integrados. De hecho, Granger se casó con Chus, una chica de Huesca, que era una de las secretarias del club, y cada verano intentan venir a Almudévar, el pueblo de ella.

Siempre recuerdo esta anécdota con Granger, porque mira que se lo decíamos veces. Sabes que cuando hablas en inglés, al contrario que en castellano, el adjetivo va delante del nombre. En inglés pones el adjetivo y luego el nombre, en castellano no, tú dices el nombre y luego el adjetivo. Cuando Granger hablaba en castellano siempre me decía: “Eres la más tonta persona del mundo”. Yo le decía: “La persona más tonta del mundo. El adjetivo después”. Pero no había manera, seguía poniendo el adjetivo delante. Eso fue lo único que no conseguí que cambiara.

Cuando estaba en la cancha era brutal, lo daba todo y lo peleaba todo. Era un profesional como la copa de un pino. Muy respetuoso siempre y muy buena persona. Muy trabajador y muy profesional. Mi hermano lo tuvo en Salamanca y también me hablaba súper bien de él. Cero problemas. Era un seguro de vida para la liga española. Se fue a Manresa, Salamanca, Valladolid, etc. y todo el mundo hablaba maravillas de él.

En el primer partido que jugamos en casa, se fue a lanzar tiros libres y todo el mundo empezó a decir: “¡Uno, dos, tres!”, y yo dije: “Coño, ¿qué es esto?”. Cuando íbamos a jugar fuera la gente se quejaba de todo lo que tardaba en tirar los tiros libres. En los entrenamientos no hacía lo de los tres botes, era más un ritual para los partidos. En un partido la tensión y la concentración es diferente y allí se tomaba su tiempo porque sabía de la importancia.

Era un tío muy fibrado, muy musculado y tenía unas piernas impresionantes, era capaz de saltar a pie parado desde debajo del aro y meterla para abajo a dos manos con una facilidad pasmosa. Tenía un timing de salto brutal. Lo único que no me gustaba de él era un poco la mecánica de tiro. Veías tirar a Brian Jackson y esa perfección en la mecánica, pero él tenía una mecánica como que tiraba el balón hacia detrás y hacía un gesto raro. Sin embargo, como dice Josep María Margall: “Si la metes, da igual como tires, al final nunca te dicen nada”.

Lo que más me impresionó de Granger fue su capacidad para rebotear. No era un pívot excesivamente alto, ni excesivamente voluminoso como podía ser Corny Thompson. Era un dos metros y poco, tipo Alfonso Reyes o Felipe Reyes, pero tenía un instinto para el rebote increíble. Creo que sigue siendo de los máximos reboteadores de la ACB y han pasado muchos años desde que se retiró. Tenía una intuición para ir a buscar el rebote brutal. Eso no se hace, se nace. Al final es instinto, saber dónde colocarte. Los balones no te vienen a las manos, tienes que ir a buscarlos. Tenía un instinto brutal para saber colocarse y bloquear bien el rebote. Después de tantos años, que siga estando como segundo máximo reboteador de la historia es alucinante. Hace poco miré en la lista de los máximos reboteadores y estaba muy arriba. Y me dije: “Joder, yo jugué con este tío”.

Fuera del baloncesto, era un tío bastante casero. No salía por las noches y se cuidaba mucho.

Foto: Fernando Laura
Foto: Fernando Laura

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JOSÉ PERIÉ (HOMBRE REVENIDO en Twitter).

En el santoral del baloncesto oscense (ahora en plena travesía por el desierto) hay nombres ilustres en los despachos, en los banquillos y en la pista, como el gran capitán Alberto Alocén, Joan Pagés o Nacho Biota, el canterano que más lejos llegó, sin olvidarnos del tristemente desaparecido Alphonso Ford, que era pura clase y alegría. Pero en este retablo, los dos lugares de privilegio pertenecen a Brian Jackson y Granger Hall.

De vez en cuando, Granger vuelve a la ciudad con sus hijos Della y David, nacidos aquí, con su mujer Chus de Almudévar, un pueblo a 20 kilómetros, y la gente no puede reprimir el entusiasmo al verlo. El revuelo es tremendo. Hasta los que no le vieron jugar (Hall jugó su último partido el 9 de abril de 1992) saben quién es y lo grande que es su legado.

Igual con lo de «santoral» he exagerado un poco, pero es que leyenda se queda corto.

Nunca volverá a verse en Huesca un jugador con el carisma de Granger Hall. Cada partido era un derroche de fuerza, energía, intuición y un tirito de media distancia que rompía defensas. Era una fiera. Sus rugidos encendían al vetusto pabellón del Parque, donde el retumbar de los bombos nos aceleraba el corazón. Me gustaría estudiar los datos sismográficos de la época para comprobar que cuando Granger cazaba uno de aquellos rebotes en ataque y luego rompía el aro con un mate, la tierra temblaba de verdad.

Su ritual en la línea de tiros libres, con los tres botes coreados por la grada, uno, dos, tres, eran imitados en cada pachanga de minibasket por aquella generación en la que crecí.

Cuando se fue, seguimos su trayectoria con interés y gratitud. Celebramos sus récords como propios y, cuando un día nos tocaba sufrirlo en la cancha, hasta los más forofos de la grada sólo acertaban a ladear la cabeza y murmurar: «Es que es muy bueno este tío». Sin reproches.

A este amor puro no le faltó de nada. Cada verano había un tira y afloja de enamorados. Granger y el Peñas, el Peñas y Granger deshojaban la margarita de las ofertas, con pretendientes ACB e italianos… se queda… se va… y cuando marchaba a Estados Unidos teníamos la certeza de que regresaría. Siempre lo hacía, porque Huesca y Hall conectaban a nivel personal. Quizás porque el ala-pívot nació en Clayton, New Jersey, un lugar pequeño también, y por eso sé que pocos disfrutaron de aquella época en la que este David venció a todos los Goliath.

El tigre en la pista era un gato dicharachero y amigable fuera de ella. Siempre apoyaba todas las causas benéficas, se sumaba a todos los campus, visitaba los colegios… Recuerdo que Granger Hall vivía a 100 metros de mi casa y nunca lo vi negarle un autógrafo ni una sonrisa a nadie. Por eso hoy los adultos tenemos que reprimirnos para no gritar: ¡Hall! ¡Hall! cada vez que vuelve. Porque Granger siempre vuelve para recordarnos lo feliz que el baloncesto puede llegar a hacer a una ciudad.

MIGUEL ÁNGEL FORNIÉS nació en Badalona el 18 de septiembre de 1952. Estudió en los Salesianos Badalona y en el Colegió Badalonés. Servicio Militar en Campo Soto, Cádiz.

Fotoperiodista de Devoción. Colaboró con Eco Badalonés, 5Todo Baloncesto. Desde 1981 con Nuevo Basket como fotógrafo. Primer fotoperiodista en viajar a ver y

fotografiar partidos de la NBA en 1984. Europeo de 1973, cinco Mundiales Júnior (de 1983 a 1999). Quince meses trabajando, viviendo y jugando a baloncesto en Argelia (Sidi Bel Abbès).

Mundial de España 1986, Mundial de Argentina en 1990. JJOO de Barcelona 1992 como adjunto del jefe de prensa de baloncesto. Ha escrito dos libros, Crónica de un viaje alucinante (en 2009) y Memorias Vividas (en 2015). Durante 19 temporadas (1996-2014) responsable de prensa del Club Joventut Badalona.

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