El día que a Petrovic se le iluminó la cara al encontrarse con Fernando Martín

(Foto Miguel Ángel Forniés)

(Foto Miguel Ángel Forniés)

Hoy, día en que Fernando Martín cumpliría 59 años, rescatamos una de las historias que pone de manifiesto el impacto que la figura del madrileño tenía en sus compañeros de equipo.

Si quieres conocer más sobre el pionero del baloncesto español, te recomendamos el libro: “Fernando Martín. Instinto Ganador”, obra sobre el mito que descubre sus historias más desconocidas en el mundo de la canasta y a la persona que había detrás del jugador que marcó una época. Cuenta con casi 500 testimonios (Antonio Martín, Arvydas Sabonis, Audie Norris, Antonello Riva, Juan Antonio Corbalán, Pablo Laso, Wayne Robinson, Brian Jackson, Lolo Sainz, Aíto García Reneses, Chechu Biriukov, Epi, Andrés Jiménez, Quique Villalobos, Isma Santos, Fernando Arcega, Rafa Rullán, Anicet Lavodrama, Johnny Rogers, Antoni Daimiel, Ramón Trecet, Gonzalo Vázquez, etc.) de los que mejor le conocieron,  que rememoran a Fernando Martín desde distintos enfoques apuntando infinidad de detalles novedosos y anécdotas.

La temporada 88/89 es una de las más recordadas por los aficionados que ya empezamos a peinar canas. Aquellos inolvidables meses de finales de los ochenta se juntaron en el Real Madrid dos gallos dentro del mismo corral: Fernando Martín y Drazen Petrovic. Hasta el mes de abril de 1989, los discípulos de Lolo Sainz estaban cuajando una temporada sensacional. Acaban de conquistar la Recopa de Europa y las victorias frente al eterno rival (el Barcelona) no pararon de sucederse. Sin embargo, después de haber obtenido cinco triunfos en los cinco partidos en los que se habían enfrentado (tanto en pretemporada, como en la final de la Copa del Rey y en la liga), el equipo blanco era derrotado en su propio feudo por los catalanes en el peor momento posible. Aquella derrota liguera les alejaba de asegurarse el factor cancha en todas las eliminatorias del playoffs por el título, factor fundamental para aspirar a ser campeón de la ACB y disputar al año siguiente la tan ansiada Copa de Europa, algo que no hacían desde la temporada 1986/87.

Después de que el Barcelona superase al Grupo IFA y al CAI Zaragoza en los cuartos de final y semifinales respectivamente, y el Real Madrid hiciera lo mismo frente al Taugrés y Joventut, madrileños y catalanes se presentaban en la final más esperada por todos. A priori, los de la capital de España partían con una ligera ventaja por el balance de victorias que llevaban hasta ese momento (cinco a una), aunque el hecho de que la ventaja de campo fuera finalmente para los azulgranas hacía que la balanza se equilibrara.

Finalmente y después de cinco vibrantes duelos, el Barcelona conseguía el título de campeón de la ACB al imponerse al Real Madrid en el quinto y definitivo partido disputado en la Ciudad Condal. Al final resultó decisivo el factor cancha, y la que se bautizó en un principio como la Liga de Petrovic, terminó convirtiéndose en la Liga de Neyro (en honor al árbitro principal del quinto encuentro que, con las constantes faltas personales señaladas, dejó al Real Madrid con cuatro jugadores sobre la cancha al final del partido). A lo largo de esta recordada final, hay un detalle que impactó de manera especial a toda la expedición blanca. Pongámonos en situación.

El Real Madrid estaba concentrado en el hotel Calderón de Barcelona para afrontar el segundo partido. Parecía que una victoria de los catalanes les dejaría el título en bandeja, pues habían ganado el primero de forma contundente. Martín no viajaba por culpa de unos inoportunos problemas de espalda que casi le impedían levantarse de la cama. El mismo día del encuentro, y en medio de un ambiente pesimista por la paliza recibida en el anterior choque, el equipo fue al comedor del hotel. No había móviles ni internet, y lo único que se sabía es que Fernando no estaría allí con ellos para ayudarles. En mitad de la comida, de repente, se abrió la puerta y apareció él: Pringaos, no me he levantado de la cama para perder”, fueron sus palabras. A todos los presentes se les iluminó la cara, en especial al propio Drazen Petrovic, que sabía que sin la presencia del madrileño era muy complicado derrotar al eterno rival. Como explica Johnny Rogers, integrante del conjunto blanco aquella temporada: “Tenías que haber visto a Drazen cuando entró Fernando y cómo lo miraba. Le cambió la cara por completo. Drazen vivía para ganar, y todos sabíamos que necesitábamos a Fernando para hacerlo”. Era tal su carisma, que su sola presencia en la cancha durante el partido, aunque fueran muy pocos minutos, alentó al Real Madrid para hacerse con este segundo duelo.

Fernando lo había vuelto a demostrar. No se dejaba vencer tan fácilmente y mientras hubiera un mínimo atisbo de esperanza, estaba dispuesto a dejarse el alma por su equipo. Nacho García Bonilla (uno de sus mejores amigos), que se encontraba con él cuando tomó la decisión de viajar, ahonda en los detalles de esta anécdota: “Fernando estaba en la cama en casa de sus padres. En un momento dado me dijo: ‘Venga, ayúdame a vestirme que me voy a Barcelona’. Mi respuesta fue: ‘Pero Fernando, si no te puedes ni mover, ¿cómo te vas a ir allí?’ Él me volvió a decir: ‘Me voy a Barcelona. Si no me ayudas lo voy a hacer solo’. Recuerdo que se vistió a duras penas, cogió un vuelo y se plantó en Barcelona. Ese era Fernando”.

Gracias a cosas como esta, los jóvenes que empezaban a asomar la cabeza en el primer equipo intentaban hacer suyos los valores del pívot español, sabían que era la llave para crecer tanto en lo personal como en lo deportivo. Todos ellos quedaron deslumbrados por la personalidad que irradiaba Fernando y que nunca dejaba indiferente a nadie, incluso el mismísimo Drazen Petrovic.

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