Fernando Martín y la leyenda de la pepsi-cola que aterrorizaba a los rivales

Foto: Miguel Ángel Forniés
Hoy, día en que Fernando Martín cumpliría 60 años, os traemos esta curiosa historia sobre el respeto, admiración y temor que generaba el mito tanto en sus compañeros como en los rivales.
Fernando, desde muy jovencito, no pasaba desapercibido para nadie, era una de esas personas con un encanto especial que poseía eso que llamamos carisma, que hace que su figura trascienda lo meramente deportivo.
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Enfrentarse a un jugador como Fernando Martín podía convertirse en una auténtica pesadilla. En la mayoría de los casos, sus rivales no acertaban con la manera de contrarrestar su brutal impacto en el juego, lo que le convirtió en uno de los pívots más temidos de la época. A finales de los años setenta y comienzos de los ochenta, no era fácil en España toparse con baloncestistas altos, grandes, robustos y con talento. Era nuestro talón de Aquiles, el punto de inflexión para superar a las grandes selecciones del momento, como Italia, Unión Soviética y Yugoslavia.
A pesar de que habíamos comenzado a tutearlas, seguíamos adoleciendo de la dureza necesaria para no claudicar ante la corpulencia de sus grandes pívots. Fernando Martín se había dejado ver en el panorama internacional durante el Campeonato de Europa de Checoslovaquia en 1981, pero es en el Mundial de Colombia cuando su fortaleza comenzaría a dar los frutos necesarios. Un cuerpo privilegiado como el suyo, fuerte como una roca y lo suficientemente rápido para correr el contraataque por el carril central, permitió a España superar a grandes combinados como Estados Unidos. Sin embargo, todo ese poderío físico no hubiera sido suficiente sin algo más: el carácter de un ganador.
Su llegada a la selección española dio un salto cualitativo en lo que a pívots se refería. Hasta entonces, el combinado nacional se quedaba fuera de las medallas por pequeños detalles. El cuarto puesto nos acompañó desde los Juegos Olímpicos de Moscú en 1980 hasta el Mundobasket de Colombia en 1982, pasando por el Europeo de Checoslovaquia en 1981. La presencia de Fernando, junto a Juan Domingo de la Cruz, Fernando Romay y Andrés Jiménez (los otros pívots de la selección a comienzos de los años ochenta) dio un punto extra al juego interior para poder aspirar a cotas más elevadas. A partir de ahora, España estaba en disposición de plantarle cara a cualquiera (en el juego exterior ya lo había demostrado años atrás), ya que dispondría de pívots altos, fuertes y con capacidad de correr como no había en otras selecciones.
Antes de dar el salto a la selección de Antonio Díaz Miguel, Fernando Martín ya había comenzado a defender el escudo nacional en las categorías inferiores. Con 17 años recién cumplidos debutó con la selección española juvenil. Fue un 3 de abril de 1979 en Barcelona frente a Portugal, en un partido amistoso ganado por los españoles, con 17 puntos suyos. Este encuentro serviría de preparación para lo que iba a ser su primera gran cita a nivel de selecciones, el prestigioso Torneo Albert Schweitzer, más conocido como Torneo de Mannheim, considerado como el campeonato del mundo oficioso para jugadores menores de dieciocho años. Sin embargo, no fue un camino sencillo llegar a ser internacional en su categoría.
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La llegada de Martín a la primera convocatoria con la selección juvenil había levantado muchas expectativas entre los que serían sus futuros compañeros. José Luis Subías, jugador de la cantera del Barcelona a finales de la temporada 1977/78, estaba entre aquel selecto grupo y todavía tiene grabado en su memoria el momento en el que se encontró por primera vez con él: “Nos habían informado de la incorporación de un nuevo jugador madrileño muy grande, que llevaba poco tiempo jugando, porque venía del balonmano. Todos teníamos mucha curiosidad por verlo y conocerlo, ya que a nosotros por entonces nos faltaba gente alta.
Recuerdo que al llegar a las instalaciones de Madrid donde se realizaban los entrenamientos, alguien me lo presentó. Tengo grabado el momento en el que me dio la mano, porque fue como si la mía quedara totalmente diluida. Tenía una mano enorme y me apretó con mucha fuerza al saludarme. Pensé que este hombre nos podía ayudar, porque por lo menos las manos las tenía grandes. Me quedé tan impresionado que incluso se lo comenté a Fede Ramiro (compañero de la selección), que se echó a reír, ya que había tenido la misma sensación que yo al saludarle.
No tardamos mucho en darnos cuenta que aquellas manos, además de ser grandes, eran perfectas para jugar al baloncesto. Atrapaba todos los balones”. Frecuentemente, los jugadores grandes que formaban parte de categorías juveniles acostumbraban a tener problemas para controlar el balón debido a sus manos blandas. Además, una constante en nuestro baloncesto, y más aún a finales de la década de los setenta, era que los chavales de grandes dimensiones escaseaban. De este modo, la aparición de un jugador como Fernando Martín, grande, alto, con buenas manos y además con carácter, hacía pensar a todos que iba a ser clave para el futuro.
José Luis Subías: “En aquella primera concentración con la selección, él aplicaba todo su carácter al juego. Jugaba fácil y sencillo, pero también muy duro. Tenía una personalidad muy acusada y era un tío muy directo en todo. No le iban las florituras a la hora de jugar. Enseguida nos dimos cuenta de que había algo más que un chaval que jugaba bien. Él vio que le gustaba y se le daba de maravilla, así que tenía que intentar ser el mejor. Ya en esos primeros entrenamientos pensé que nos iba a llevar muy lejos”.
En aquellas primeras concentraciones de la selección juvenil española entrenada por Aíto García Reneses, todos los allí presentes alucinaron al contemplar aquel imponente cuerpo, que, a pesar de no ser excesivamente alto para un pívot, tenía una envergadura tremenda. El encargado de dirigir la preparación física era Pepe Casal, conocido como Pepiño, quien rápidamente detectó sus tremendas posibilidades baloncestísticas. Eran numerosos los comentarios de asombro entre el resto de compañeros en su desembarco con la selección, como el de José Antonio Orbea: “Y este animal, ¿de dónde ha salido?”.
Lo cierto es que la entrada de Fernando Martín en el panorama baloncestístico no dejó indiferente a nadie. Desde el momento en que comenzó a dar sus primeros pasos en este deporte, el joven madrileño comenzó a crear pánico entre sus rivales, incluso entre los que todavía no se habían enfrentado a él, como era el caso de Fernando Riera, jugador del Barcelona juvenil, quien llevaba meses oyendo aterradores comentarios sobre la fortaleza de Martín antes del Campeonato de España juvenil en Mataró (1979): “Se decía que era tan fuerte que podía doblar la lata de Pepsi-Cola con una sola mano. Con un primer movimiento la doblaba y luego con otro la aplastaba de arriba a abajo. La dejaba como si la metieras en una de esas máquinas que aplastan latas. Por entonces era una auténtica proeza, porque eran mucho más gruesas que las de ahora. Yo me acuerdo que había que usar las dos manos solo para doblarlas”.

Aunque el jugador catalán no pudo contemplar aquella insólita hazaña, José Luis Subías y José Antonio Orbea, sí que lo recuerdan perfectamente, como para olvidarlo, en especial el último de ellos. José Antonio Orbea: “Era tremendo. Lo hizo varias veces y uno se quedaba diciendo: ‘Dios mío de mi vida y mi corazón’. Tenía esas cosas. Era una persona que daba miedo”.
Al igual que le sucediese a Subías cuando lo saludó por primera vez, sus enormes manos tampoco pasarían desapercibidas para José Antonio Orbea: “Tenía unas manos tremendas. Las más grandes que he visto en mi vida han sido las de Miguel Tarín, que acostumbraba a cogerme por la cabeza y parecía como si te cayese un pulpo por toda la cara. Pero después de las de Miguel, las más grandes eran las de Fernando Martín”.
Todos estos chascarrillos fueron provocando un pánico tremendo en los jóvenes que todavía no habían podido contemplar in situ a aquel cachas, como explica el propio Riera: “En mi equipo le teníamos un miedo atroz antes de conocerle”. Pero llegó el momento, durante el Campeonato de España de Mataró, de que el resto de los mejores jugadores juveniles del panorama nacional pudiesen comprobar si la leyenda creada en torno a su bestial fuerza era real. “Cuando apareció durante un entrenamiento en el pabellón de Mataró, nos acojonamos aún más. Era un superhombre con un físico impresionante y completamente desarrollado. Sus brazos eran muy largos y su envergadura impresionante. Era como un helicóptero. Además, sus fundamentos eran prodigiosos, un poco mecánicos, pero brutales. Lo que aprendió, aunque lo hizo tarde, lo aprendió realmente bien.”
MIGUEL ÁNGEL FORNIÉS nació en Badalona el 18 de septiembre de 1952. Estudió en los Salesianos Badalona y en el Colegió Badalonés. Servicio Militar en Campo Soto, Cádiz.
Fotoperiodista de Devoción. Colaboró con Eco Badalonés, 5Todo Baloncesto. Desde 1981 con Nuevo Basket como fotógrafo. Primer fotoperiodista en viajar a ver y fotografiar partidos de la NBA en 1984. Europeo de 1973, cinco Mundiales Júnior (de 1983 a 1999). Quince meses trabajando, viviendo y jugando a baloncesto en Argelia (Sidi Bel Abbès).
Mundial de España 1986, Mundial de Argentina en 1990. JJOO de Barcelona 1992 como adjunto del jefe de prensa de baloncesto. Ha escrito dos libros, Crónica de un viaje alucinante (en 2009) y Memorias Vividas (en 2015). Durante 19 temporadas (1996-2014) responsable de prensa del Club Joventut Badalona.
Dedicado a Javier Herráez y Xavi Fanega. Mucha fuerza, amigos.