La comunión del Palacio con el Real Madrid

Por redes sociales expresaba antes de la disputa del primer encuentro de la serie final en Madrid, que para el primer partido del Palacio no pedía faltas, ni sangre, ni vidas… Solo unión de los madridistas y ánimo incesante. Parece que mi mensaje caló. Porque ayer el Palacio fue el de las grandes ocasiones, el que sabe cómo debe actuar y actúa, el que lleva al equipo en volandas, el DRS de los jugadores y técnicos.

El Palacio siempre se vuelca cuando más necesitado está el equipo. Cuando más necesario es su apoyo. Y cuando sabe que debe corresponder con gratitud y generosidad el esfuerzo titánico de un equipo que nunca se rinde, que siempre compite, que no hay partido donde no lo de todo, que no sabe lo que significa bajar los brazos, pero, en cambio, sabe a la perfección lo que significa portar el escudo del Real Madrid en su camiseta.

Cuando el Palacio sabe apreciar el esfuerzo de los suyos y, a la vez, los jugadores saben y demuestran lo que es ser jugador del Real Madrid, se produce una comunión perfecta que da como resultado vivir una noche mágica como la vivida ayer en el Palacio. En el Real Madrid no basta con ser una estrella para triunfar. Si no te adaptas a lo que te exige portar la camiseta del Real Madrid no triunfas.

Basta con fijarse en la despedida que se les tributó ayer a unos jugadores como Taylor, Causeur o Hanga, muy a la altura o superior que las brindadas al increíble Llull o al inigualable Rudy. Aquí somos más felices si vemos un roster con más de la mitad de los jugadores prácticamente pasando de 10 puntos y casi todos valorando positivo, que si una figura acumula protagonismo. Esto es un equipo, esto es el Real Madrid.

Otro hecho que gusta muchísimo al Palacio es ver cómo vive el banquillo el partido: intenso, concentrado, celebrando cada acierto o animando ante cada error del compañero. Banquillo en el más amplio sentido de la palabra, “carrito del pescao” incluido.

En una temporada con tantas piedras en el camino, con jugadores recuperándose de lesiones al comienzo de la temporada, plaga de COVID en diciembre rompiendo la planificación física (acordaros de la machada ante el CSKA), lesiones complicadas como las de Alocén o Randolph, bajas claves en partidos decisivos (Causeur en la final de Copa, Goss en la de la Euroleague) y con el remate del susto de Pablo Laso, este equipo nunca ha llorado, nunca se ha rendido, nunca ha dejado de competir.

Y, para terminar, la última premisa del Real Madrid: humildad. Si, humildad. A pesar del sensacional partido disputado ayer nadie celebra más de lo necesario, ninguno da el campeonato por ganado, nadie se descentra. Todos saben, sabemos, que esto no ha acabado. Todos repetirán mañana domingo las mismas rutinas: unos dándolo todo en la cancha y otros dejándose las gargantas y las palmas de las manos en las gradas, en aras a intentar conseguir una posible y deseada victoria. Ah, y sin olvidarse de los nuestros, Anthony Randolph y, sobre todo, Pablo Laso.

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