Memorias de un madridista

Érase una vez un niño que veía los pocos, muy pocos, partidos de baloncesto que retransmitían por uno de los dos únicos canales de televisión existentes, en blanco y negro por supuesto, que recibió el mejor regalo posible de sus padres: una entrada para ver en directo al Real Madrid Baloncesto.

Era el día de Nochebuena del año 1968 y ese niño se vistió de domingo. Con unos inusuales nervios se montó en el vetusto Seat 600 de la familia para acudir al entonces lejano Pabellón de Deportes de la Ciudad Deportiva.

El niño traspasó las puertas de madera del nuevo Pabellón y se topó de frente con que todo lo que solo conocía en blanco y negro se hizo color y quedó embelesado con todo lo que veían sus ojos. Ya desde su asiento le cautivaba el brillo del original parqué, la cubierta de plano tubular sin columnas, las canastas colgadas del techo, el marcador electrónico rectangular, muy alargado, que marcaba el tiempo que iba pasando según se iban iluminando rayas blancas para los minutos y puntos rojos para los segundos, los anuncios de Philips repartidos por las gradas…

Y gente, mucha gente. Y humo, mucho humo… De repente su padre le dijo que el señor que se encontraba un poquito más abajo, en un lugar especialmente diseñado para él en el centro de la grada era la voz del baloncesto que había escuchado hasta entonces: Héctor Quiroga.

Aún no repuesto de tantas emociones ese niño ve saltar a la cancha a su equipo, al Real Madrid, con aquel chándal de un azul oscuro intenso, con mangas blancas y una en el que resaltaban, por delante, sus botones blancos y el inmaculado escudo a la altura del corazón y por detrás el nombre de Real Madrid en letras grandes y el dorsal. No lo puede creer: allí están Luyk, Emiliano, Vicente Ramos, Aiken, Nava, Brabender, Sevillano y Guardiola.

Pero ese niño se fija, sobre todo, en un jovencito que porta su número favorito, el 7, con cara de niño bueno, peinado con raya y se fija que hace unas cosas con el balón en las manos que le llaman la atención. Le pregunta a su padre pero no conoce su nombre.

Empieza el partido y a sus siete años no para de preguntar. Qué son esos marcadores que hay en las esquinas de la cancha que van señalando de 30 hacia abajo, qué hacen los señores que están en el centro de la pista en una mesa… Y ve como su equipo no hace más que robar balones y corre el contrataque (así le dice su padre que se llama) vertiginosamente para anotar una y otra canasta. Al descanso 73-34.

Se extraña con la dureza de los jugadores rivales. “Son filipinos” -le dice su padre- (el Meralco de Manila) Se asusta con un golpe recibido por Aiken que tiene que ser retirado y se lamenta que pueda estar lesionado como le ha ocurrido días atrás a su ídolo del equipo de futbol: Pirri. Le encantan las carreras de Brabender, los “ganchos” de Luyk, los pases de Ramos y las canastas de Nava y Cristóbal. Pero algo le disgusta: el “7” aún no ha jugado.

En el descanso le pide a su padre dar una vuelta alrededor del Pabellón y cuando vuelen a sus asientos, ese niño cambia aún más el gesto de alegría en su cara. Su “7” se ha despojado del chándal. Luce su camiseta blanca impoluta con el escudo en el pecho, unos pantalones blancos con cinturón azul (si, cinturón) y por fin descubre su nombre en su espalda: Cabrera.

Y el equipo vuela. Y ese niño se contagia del ambiente y comienza también a animar: “Madrid, Madrid, Madrid….”

En la crónica del ABC del jueves 26 de diciembre de 1968 puede leerse: “los madridistas se empeñaron en aumentar el tanteo “a lo loco”… el junior Cabrera apunta buenas maneras, tiene una buena visión del juego, pasa con exactitud, pero tiene un miedo excesivo al fallo”

Aquél día el Real Madrid venció por 137-100, con los siguientes anotadores: Guardiola (17), Vicente Ramos (4), Cristóbal (22), Cabrera (1), Nava (21), Emiliano (16), Sevillano (11), Aiken (2), Luyk (13) y Brabender (32)

Al día siguiente se vengó del Picadero, su máximo rival nacional de la época junto con el Juventud de Badalona, venciendo 101-81 y remató la faena al día siguiente deshaciéndose de la Selección de Uruguay por 99-74, alzándose con la cuarta edición del Torneo de Navidad.

Estaba en pleno auge el Real Madrid de Pedro Ferrándiz, que la temporada anterior había logrado su cuarta Copa de Europa, pero que había comenzado la Liga 68-69 con dos derrotas en cuatro jornadas, pero este Torneo de Navidad le sirvió de revulsivo y no volvieron a perder hasta el intrascendente último partido frente a Kas, consiguiendo su 11ª Liga. Y a punto estuvieron de alcanzar la Copa cayendo por un solo punto 82-81 frente al Juventud de Badalona con las bajas de Aiken, Brabender, Guardiola y Paniagua. Subcampeonato que también supo a poco en la Copa de Europa cuya final se disputó en Barcelona ante el TSKA de Moscú de Alatchachan, en la que perdió por 103-99 tras dos prórrogas. Se dice, se comenta, que el fallo de una fácil canasta bajo el aro de Aiken justo antes del final de la primera prórroga le sentenció ante Ferrándiz. Fue un partido épico entre dos colosos que probablemente cayó del lado ruso por su fondo de banquillo. Solo basta ver el cuadro de anotadores de ambos equipos:

TSKA: Andreev (37), Sergei Belov (19), Kapranov (18), Volnov (12), Lipso (7), Kulkov (4), Selikhov (3), Astakhov (2) y Sidjakin (1)

Real Madrid: Aiken (24), Luyk (20), Brabender (20), Emiliano (18), Vicente Ramos (9), Cristóbal (4) y Nava (4)

Aquél niño que en aquél Torneo de Navidad conoció el baloncesto en color no podía saber entonces que ese era el segundo partido oficial que disputaba con el Real Madrid un jugador que llegó al equipo precisamente para llevar el color al baloncesto y que en 11 temporadas iba a conseguir 10 Ligas, 7 Copas, 2 Copas de Europa (con dos actuaciones memorables) más tres subcampeonatos de Europa y 3 Copas Intercontinentales.

Ese niño, gracias a los amigos de “Madridista Real” ha podido participar en la entrevista que esta semana han realizado a Carmelo Cabrera. Ese niño le prometió que iba a hacer todo lo posible por recordar la historia del Real Madrid Baloncesto y por eso le dedica este artículo.

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